Existen características recurrentes en las políticas públicas que sugieren que la aproximación de los responsables formales y de los grupos de influencia no siempre están alineados con los objetivos de desarrollo[1]. El sesgo a la rigidización y estrés fiscal, a la contratación de servicios incluso laborales no orientados a prestaciones, la captura de programas de infraestructura y de promoción, la selección de proyectos ineficientes, la utilización clientelar de la pobreza, son solo algunos ejemplos de patrones que implican alejamientos de mejoras sociales sustentables.
Cuando el Estado falla en promover el desarrollo las culpas apuntan a la mala suerte, las malas políticas, a los malos gobernantes, a organizaciones sindicales, partidarias, del propio sector productivo, a las estructuras administrativas encargadas de su implementación. Muy pocas veces la evaluación escapa a un análisis de síntomas (recurrentes) y, menos aún, de sus causas próximas. La carga de las soluciones desde lo discursivo se orienta o a cambiar personas o características de los programas. Generalmente, estos planteos implican más recursos que o no aparecen o vuelven a resultar insuficientes, a juzgar por los resultados.
Este capítulo tiene dos puntos centrales. Uno es marcar que los desempeños observados tienen causas próximas, pero también causas más profundas que explican la mayor parte de las características centrales de la política pública regional. El otro punto se refiere a que este nivel de aproximación a la política pública no es fácil de afectar en el sentido deseado. Sin embargo, es un obstáculo central para mejorar la orientación del sector público en su rol productivo, y mejorar la articulación entre público y privado. Se plantean ejes complementarios trabajo que intentan abordar la problemática desde la mejora de capacidades y sensibilidad institucionales a las problemáticas y, otros, vinculados a la mejora más inmediata del ambiente de negocios regional. Estos ejes no plantean cambios bruscos sino deslizamientos graduales pero permanentes, bajo el convencimiento que las estrategias reformistas deben tomarse con mucha cautela.